Típicamente
francesas, son unas galletas deliciosas con el corazón blando y el
exterior
crujiente, que deben su nombre al brillo que desprenden sus bordes bañados en
azúcar. Ingredientes:
* 250
g de harina de repostería
* 190 g de mantequilla a temperatura ambiente
* 100 g de azúcar
* unas gotas de esencia de vainilla
* una pizca de sal
* 190 g de mantequilla a temperatura ambiente
* 100 g de azúcar
* unas gotas de esencia de vainilla
* una pizca de sal
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Tamizar
la harina.
Batir la mantequilla con unas varillas hasta que adquiera textura de pomada.
Incorporar el azúcar, la esencia de vainilla, y la pizca de sal.
Añadir la harina delicadamente. Amasar, pero no demasiado, sólamente hasta que estén integrados los ingredientes.
Dividir la masa en dos, y formar dos rollitos, envolverlos en plástico transparente y meterlos al frigorífico durante una hora.
Sacarlos y hacerlos rodar sobre la encimera para que queden dos cilindros lo más perfectos posible. Aplastar también los extremos. Una vez hechos los dos cilindros, envolver, de nuevo, en plástico y refrigerar otra hora.
Precalentar el horno a 200ºC, calor arriba y abajo.
Batir la yema de huevo y pincelar el cilindro, no las bases.
Poner en un plato azúcar moreno y pasar los cilindros por él, de manera que el azúcar cubra toda su superficie curva, pero no los extremos de los mísmos.
Con un cuchillo bien afilado cortar pastas de 1 cm de grosor, más o menos, y ponerlas en papel de hornear sobre la bandeja del horno, dejando un poco de espacio entre ellas.
Hornear en dos tandas durante 12-15 minutos aproximadamente: los primeros 5 minutos a 200ºC, y los últimos 8-10 minutos a 180ºC.
Sacar la bandeja del horno. Dejar enfriar unos minutos en la propia bandeja (pues si se manipulan pueden romperse fácilmente) y con la ayuda de una espátula depositarlas sobre una rejilla. Una vez frías, conservarlas en un bote herméticamente cerrado.
Batir la mantequilla con unas varillas hasta que adquiera textura de pomada.
Incorporar el azúcar, la esencia de vainilla, y la pizca de sal.
Añadir la harina delicadamente. Amasar, pero no demasiado, sólamente hasta que estén integrados los ingredientes.
Dividir la masa en dos, y formar dos rollitos, envolverlos en plástico transparente y meterlos al frigorífico durante una hora.
Sacarlos y hacerlos rodar sobre la encimera para que queden dos cilindros lo más perfectos posible. Aplastar también los extremos. Una vez hechos los dos cilindros, envolver, de nuevo, en plástico y refrigerar otra hora.
Precalentar el horno a 200ºC, calor arriba y abajo.
Batir la yema de huevo y pincelar el cilindro, no las bases.
Poner en un plato azúcar moreno y pasar los cilindros por él, de manera que el azúcar cubra toda su superficie curva, pero no los extremos de los mísmos.
Con un cuchillo bien afilado cortar pastas de 1 cm de grosor, más o menos, y ponerlas en papel de hornear sobre la bandeja del horno, dejando un poco de espacio entre ellas.
Hornear en dos tandas durante 12-15 minutos aproximadamente: los primeros 5 minutos a 200ºC, y los últimos 8-10 minutos a 180ºC.
Sacar la bandeja del horno. Dejar enfriar unos minutos en la propia bandeja (pues si se manipulan pueden romperse fácilmente) y con la ayuda de una espátula depositarlas sobre una rejilla. Una vez frías, conservarlas en un bote herméticamente cerrado.